lunes, 14 de julio de 2014

Código Monetario : Opinión : La Hora : Zamora

Código Monetario

El Estado se impone a los ciudadanos con un Ejecutivo que concentra aún más
poder político, social y económico. El Código Orgánico Monetario y Financiero
pretende direccionar el sistema bancario ecuatoriano, establecer los costos y
destino de créditos y conducir el ahorro de los ciudadanos. De hecho, limita la
libertad de los bancos al fijar los riesgos para otorgar créditos y pretende
extender los tiempos para los préstamos. Sin duda la propuesta implica
incursionar en la liquidez de la economía y alejar de responsabilidades a los
funcionarios públicos vinculados a los organismos de control por sus
actuaciones. Esta normativa elimina 30 leyes y crea una Junta de Gobierno para
redireccionar el sistema financiero privado.






Es lamentable que un proyecto económico básico para levantar la
superestructura ideológica y cultural del caudillismo se lo revise en el clímax
del Mundial de Fútbol 2014. Los asambleístas debatían un Código de 516
artículos, 13 disposiciones generales, 37 reformatorias, 31 derogatorias, 35
transitorias y 3 finales, con toda la emoción del fracaso de la Selección de
Brasil y mirando el partido de fútbol de semifinales.






La denominada Junta de Política Financiera requiere ser fiscalizada por
alguien. Falta claridad sobre sus atribuciones y sus controles, el congelamiento
de depósitos, el direccionamiento del crédito, el supuesto retorno del dinero
que la banca privada coloca fuera del país, las acciones en entidades
extranjeras, las asociaciones comunales, cajas de ahorro de cooperativas, entre
otros. Por ejemplo, el artículo 14 declara como ‘reservada’ la información que
se considere pertinente. Además deroga la Ley de Maternidad Gratuita, modifica
la atención a la infancia y al Código de la Salud porque trata temas
médicos.






Al parecer es otro instrumento legal audaz y mecánico para organizar las
relaciones entre instituciones que centralicen más el poder. Una herramienta
determinista que justifica el discurso anticapitalista e introduce la visión
marxista del antagonismo de clases sociales a través de un Estado populista y
totalitario pero que promueve el nacimiento de una élite concentrada en sus
ideólogos. El peligro está en la interpretación del dinero: ya no es de los
depositantes sino de los bancos que ahora son ejes del Leviatán estatal.

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