martes, 8 de mayo de 2012


Día del despedido
Por Kléber Mantilla Cisneros
El día del trabajador se convirtió en la fecha propicia para sondear la realidad laboral de familias de despedidos del sector público y millares que aún no encuentran empleo en épocas de apoteosis de la ‘revolución ciudadana’ y del imaginado ‘buen vivir’. Muchos optaron por ubicarse en marchas de rechazo o apoyo al régimen, pues el escenario perfectible de cifras expuesto por Rafael Correa cada sábado confunde a cualquier desempleado deseoso de ganarse un billete cabal o salir a delinquir para menguar el hambre del día.
Según el INEC, el desempleo se ubica en 4.88%, la ocupación plena en 49.91% y el subempleo en 43.90% en el primer trimestre de este año. No hay por qué preocuparse en Carondelet y quizá por eso el gobierno destinó 154,7 millones de dólares para compra de renuncias de unos 4 mil despedidos este año. Sumados los anteriores ya serían 6.700 desempleados públicos en total. Cientos de maestros, secretarias, oficinistas, técnicos, choferes, médicos, trabajadores en sí, fueron jubilados bajo la figura de renuncia voluntaria y, hasta hoy, ninguna vía legal ha evitado el agravio de derechos laborales. Como última alternativa, en Ginebra, los afectados denunciaron el famoso decreto 813 ante la Organización Internacional del Trabajo sobre despidos intempestivos en el sector público, aún sin respuesta. El reducido nivel de crecimiento nacional sí afecta el aumento del desempleo y el subempleo que se engrosa por varias vías: despedidos sin liquidaciones públicas, emigrantes retornados de España, migrantes que llegan de Cuba y países vecinos; despedidos de casinos y bingos, refugiados colombianos que nunca constan en las estadísticas de empleo, en fin.
El otro tema crítico es la eliminación de la tercerización empresarial. Si bien se logró reducir la corrupción de la contratación laboral y la mañosería de simulación tributaria, su efecto desencadenó el despido masivo en el sector privado y la reducción acelerada de la inversión de capitales. Esto contribuyó para cambiar el modelo macroeconómico en un sistema estatista ocioso y benefactor, de escasa producción nacional, sin uso de los recursos humanos; dependiente del gasto público y regido por la bonanza del precio del petróleo y venta de materias primas. Pero lo peor de la tercerización es que renació en el sector público por coartada y se fortaleció con otro nombre: la ‘externalización’. Sin eficiencia verificada para reducir el desempleo, ni contraloría, ni calidad competitiva. Por el contrario, algunas empresas del exterior contratan a los mismos despedidos para volverlos a reubicar en el mercado laboral y le cobran al Estado benefactor sus servicios. Así los despedidos son un artilugio de empresas del exterior medianas que subcontratan nacionales para cumplir con obras sencillas tanto en costo como infraestructura. Pero los contratistas recargan los precios a terceros sin necesidad técnica de hacerlo y los trabajadores de transforman en protagonistas del mangoneo de despedidos, en tiempos de ‘buen vivir’ y revolución
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